El estilo de vida y las condiciones ambientales pueden “apagar”
(efecto protector) o “encender” (factor de riesgo) ciertos genes asociados al cáncer
de mama.
1-La dieta mediterránea (rica en
frutas, verduras, aceite de oliva, pescado y grasas monoinsaturadas, pero baja
en grasas saturadas) reduce el riesgo de cáncer de mama, porque protege los
tejidos del daño oxidativo de los radicales libres (Landa MC, y col. Eur J
Cancer Prev. 1994). El consumo de 200 UI/día de vitamina D y una exposición
moderada a la luz del sol elevan la 25-(OH)-vitamina D, reduciendo en un 50% la
incidencia del cáncer de mama (Garland C F, y col. J Steroid Biochem Mol Biol.2007).
2- Las mujeres obesas premenopáusicas
tienen menos riesgo de sufrir cáncer de mama que las mujeres de peso
saludable; pero las postmenopáusicas obesas tienen un riesgo 1,5 veces mayor que las
mujeres de peso saludable. Esto se debe a que las mujeres premenopáusicas tienen niveles
elevados de la globulina transportadora de hormonas sexuales (GTHS) y bajos
niveles de estradiol libre; y en las mujeres postmenopáusicas, las cifras de GTHS están disminuidas, y los estrógenos
libres elevados (Van den
Brandt PA, y col. Am J Epidemiol 2000).
Los niveles de estrógeno en mujeres postmenopáusicas obesas aumentan un
50%-100%.
3- La actividad física intensa protege
contra el cáncer de mama, debido a que el ejercicio aumenta los niveles de GTHS,
disminuyendo así, los niveles de estrógenos y andrógenos libres (Friedenreich CM, y col. Bri
J Sports Med 2008).
4- El riesgo de cáncer de mama
aumenta un 32% en las mujeres que toman 3-4 bebidas de alcohol al día, y 46% si
la ingesta es mayor, comparadas con las abstemias. Por cada bebida adicional diaria, el
riesgo aumenta un 10% (Frisch
RE, y col. Metabolism 1984). Sin embargo, “ninguna
cantidad de alcohol es segura”.
5- El tabaco aumenta el riesgo en
las mujeres que fuman desde edad temprana o por muchos años; con un incremento
del 9% en exfumadoras, y un 16% en quienes fuman al momento del diagnóstico. El riesgo entre las
exfumadoras persiste hasta 20 años después que dejan de fumar (Luo J, y col.
BMJ 2011).
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