La microbiota
intestinal, está constituida por cientos de trillones de microbios, superando
en 10 a 1, las células del humano.
Estos microbios se alimentan de los hidratos
de carbono no digeribles (fibras dietéticas); aportan muchas vitaminas,
nutrimentos, y neurotransmisores que regulan el estado de ánimo, el metabolismo,
la inmunidad y el apetito; disminuyen el riesgo de obesidad, enfermedades
cardiovasculares, diabetes, Alzheimer, autismo, síndrome de intestino
irritable, y otras enfermedades crónicas no transmisibles.
En los últimos años
la prevalencia de estas enfermedades ha aumentado vertiginosamente; y el patrón
alimentario occidental, ha cambiado, también: alto consumo de grasas, azúcares
y productos industrializados; menos frutas, verduras, y granos integrales
(fuentes de fibras).
Esto provoca una disbiosis o modificación en la diversidad
de la microbiota intestinal: menos lactobacilos y bifidobacterias; y más
bacterias patógenas (E. coli, y salmonela, entre otras).
El uso de
fertilizantes, pesticidas, antibióticos y promotores del crecimiento en las
aves, con el propósito de aumentar la producción alimentaria, también es causa
de disbiosis intestinal (Heiman, M y col. 2016, Mol. Metab.).
Los antibióticos aprobados por la
Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), aunque no aumentan
significativamente en la sangre de los consumidores; sí destruyen la microbiota
intestinal.
Según la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y la
la Agricultura (FAO, siglas de su nombre en inglés), se ha perdido el 75% de la
diversidad genética de las plantas: de las 250 mil a 300 mil especies de
plantas comestibles conocidas, en la actualidad, apenas se consumen 150-200; y
cada mes, se pierden seis razas de ganado.
¡El 75% de los alimentos producidos
en el mundo proceden, apenas, de 12 plantas y 5 especies animales! Una
alimentación a base de mariscos, huevos, leche, carnes rojas y aves, es rica en
fosfatidilcolina, la cual es convertida por los microbios intestinales en
trimetilamina (TMA). La TMA se absorbe eficientemente, y luego se convierte en
óxido de trimetilamina (TMAO), una substancia aterosclerótica.
Por el
contrario, el consumo de alimentos de la dieta Mediterránea (vinagre balsámico,
vino tinto, aceite de oliva extravirgen extraído en frío, o aceite de semillas
de uvas) inhibe la producción del TMA
(Wang Z. y col. 2015, Cell, 163). ¡Retornemos, pues, al campo!
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