Bordeando
nuestra isla caribeña, se yerguen los cocotales centenarios. Valientes
centinelas de nuestras playas, y defensores de nuestros mares.
Victoriosos gigantes, frente a los rigores del candente sol tropical, las desérticas sequías, las lluvias tormentosas y los vientos huracanados.
En los Vedas milenarios, el cocotal ha sido llamado “árbol del cielo”, porque su fruto sagrado trae paz y consuelo a los comensales.
Este árbol nos brinda agua, comida, madera y leña. El agua de coco es una solución estéril, rica en sales minerales de sodio, cloro, potasio, calcio y magnesio; excelente hidratante, si hay vómitos o diarrea, y sobre todo, después de una actividad física, maratón o carrera; pues, su composición química es muy parecida al sudor.
En algunos lugares remotos, el agua de coco ha rescatado a muchos conductores, ya que sirve como substituto del agua de batería, por su contenido de sales; y en los campos de batalla, ha salvado a los heridos de guerra, sirviendo como solución salina hidratante, útil para mantener la presión arterial.
La pulpa es nutritiva, porque contiene azúcar, grasa, proteínas, fibras y vitaminas. Sus flavonoides modulan la acción vasodilatadora del óxido nítrico, brindando protección contra la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares.
Y es por eso, que en la tribu de los amerindios Kuna, hay muy pocas personas hipertensas, ya que se alimentan a base de coco (pulpa, agua, aceite, leche) y verduras.
Entre los platillos preparados con coco se encuentran: pescado con coco, arroz con coco; la pichicha, un riquísimo escabeche de sabor dulzón, hecho con leche de coco quemado; una salsa llamada mojo, a base de verduras; y el riquísimo dulce de coco.
El aceite de coco es muy útil para los niños desnutridos o con diarrea; pues, se absorbe fácilmente y aporta 270 calorías en 3 cucharadas.
Además, junto al aceite de ricino, actúa como antiparasitario; protege la piel en casos de quemaduras; y torna el pelo “ingrato”, en seda o terciopelo.
Su madera brinda luz, albergue y protección a los desposeídos.
En Samaná, Sánchez, Nagua y Sabana de la Mar, los infantes se divierten con sus barquitos de vela; y aún los artesanos, plasman en ella su inspiración: ¡abuelitos, con típicos sombreros y sus cachimbitos!
Victoriosos gigantes, frente a los rigores del candente sol tropical, las desérticas sequías, las lluvias tormentosas y los vientos huracanados.
En los Vedas milenarios, el cocotal ha sido llamado “árbol del cielo”, porque su fruto sagrado trae paz y consuelo a los comensales.
Este árbol nos brinda agua, comida, madera y leña. El agua de coco es una solución estéril, rica en sales minerales de sodio, cloro, potasio, calcio y magnesio; excelente hidratante, si hay vómitos o diarrea, y sobre todo, después de una actividad física, maratón o carrera; pues, su composición química es muy parecida al sudor.
En algunos lugares remotos, el agua de coco ha rescatado a muchos conductores, ya que sirve como substituto del agua de batería, por su contenido de sales; y en los campos de batalla, ha salvado a los heridos de guerra, sirviendo como solución salina hidratante, útil para mantener la presión arterial.
La pulpa es nutritiva, porque contiene azúcar, grasa, proteínas, fibras y vitaminas. Sus flavonoides modulan la acción vasodilatadora del óxido nítrico, brindando protección contra la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares.
Y es por eso, que en la tribu de los amerindios Kuna, hay muy pocas personas hipertensas, ya que se alimentan a base de coco (pulpa, agua, aceite, leche) y verduras.
Entre los platillos preparados con coco se encuentran: pescado con coco, arroz con coco; la pichicha, un riquísimo escabeche de sabor dulzón, hecho con leche de coco quemado; una salsa llamada mojo, a base de verduras; y el riquísimo dulce de coco.
El aceite de coco es muy útil para los niños desnutridos o con diarrea; pues, se absorbe fácilmente y aporta 270 calorías en 3 cucharadas.
Además, junto al aceite de ricino, actúa como antiparasitario; protege la piel en casos de quemaduras; y torna el pelo “ingrato”, en seda o terciopelo.
Su madera brinda luz, albergue y protección a los desposeídos.
En Samaná, Sánchez, Nagua y Sabana de la Mar, los infantes se divierten con sus barquitos de vela; y aún los artesanos, plasman en ella su inspiración: ¡abuelitos, con típicos sombreros y sus cachimbitos!
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